¿Qué es la política?
por Alfredo Lucero-Montaño
El siglo XX fue el siglo de la política por
antonomasia. André Malraux decía que la política moderna había reemplazado al destino. Nuestro destino es la política y nuestra
tragedia es la política. Ahora, en los inicios del nuevo siglo, ya no sabemos qué es la política. Troquelados por la
modernidad capitalista, nos hemos convertido en individuos conformistas, pasivos e indiferentes, por ello ahora nos vemos
inercialmente sujetos a las fuerzas materiales del capital y el mercado. Y porque además somos ignorantes y ciegos, y no sabemos
lo que es la política, estamos sometidos a la simple reproducción de la vida económica. Porque el poder actualmente es el
poder de las finanzas y el comercio. Inclusive los propios gobiernos, supuestamente soberanos, son esclavos y subordinados
del capital y el mercado. Karl Marx decía, en 1848, que “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que
administra los negocios comunes [del capital]”. Hoy en día eso sigue siendo cierto. De ahí, cuando votamos sólo estamos
reemplazando a un empleado del capital por otro empleado del capital.
Ahora bien, el Estado moderno representativo
es la forma exclusiva de ejercicio del poder político; es la forma de dominación ideológica, control social y violencia organizada
del poder sobre los grupos mayoritarios. Y uno de sus recursos de dominación y control social es precisamente la organización,
o quizá debemos decir administración, de las elecciones. El Estado, acompañado de su hegemonía “democrática”,
es el que decide cuándo y dónde se va a votar, así como el que sanciona el resultado electoral. Pero, ¿es el voto en sí mismo
una verdadera decisión, una verdadera opción? La respuesta es no. Una verdadera opción, una verdadera decisión, es un acto
libre en su forma y en su contenido. Libre en su forma porque no es otro sino el demos el que decide cuándo y dónde
se va a actuar; y libre en su contenido al poseer la capacidad de poner en crisis el status quo que no debe seguir
repitiéndose, o en palabras de Walter Benjamin, “colocar al presente en una situación crítica” con vistas a transformar
las contradicciones sociales (desigualdad, injusticia, discriminación, explotación, corrupción, violencia).
Entonces, ¿el voto es un acto político? Siguiendo
a Alain Badiou, el voto en sí no es un acto político, sino un acto estatal. La diferencia entre uno y otro consiste en que
el voto estatal --sin negar su importancia-- no es un verdadero momento de libertad, es más bien una comprobación. En las
elecciones lo que se hace es comprobar que el estado de cosas sigue su curso. Y nosotros participamos en esta comprobación.
En cambio, el acto político es un acto libre tanto en su forma como en su contenido. El acto político crea un tiempo y un
espacio que no dependen del tiempo y espacio del poder dominante, su objetivo no es el Estado ni el poder. Al contrario, es
un acto que interrumpe la continuidad del poder, que hace estallar la reproducción en el presente de las relaciones de dominación
y subordinación.
Pero el problema es saber si actualmente queremos
y sabemos construir ese tiempo y espacio políticos. ¿Es posible no seguir siendo esclavos y subordinados del capital y del
mercado? Esta es una definición posible de la política, es decir, la posibilidad de liberarnos de la condición de esclavos
y subordinados. Si la política existe verdaderamente, entonces la política es el horizonte de lo posible, es la política para
la libertad. Aquí entendemos el concepto de política para la libertad como el marco de orientación y realización de valores
políticos comunes, deseables para el todo social, esto es, dignos de ser estimados por cualquiera, y objetivos, válidos
para todos los miembros de la sociedad, esto es, fundados en razones objetivamente suficientes: libertad, igualdad, justicia,
tolerancia, solidaridad, seguridad, paz. Así, la pregunta urgente que hay que plantearnos es si lo posible, ¿es posible? Porque
las leyes del capital y el mercado señalan que la política para la libertad es imposible. Lo único que existe --lo real--
es la economía, el mercado y el voto. El resto no es más que una utopía, un sueño arcaico, o peor aún, una ilusoria distracción
de los problemas “reales” de la sociedad.
¿Qué quiere decir que lo posible es imposible?
Desde el ambiguo discurso del poder lo único que vale son los intereses de la economía capitalista y las reglas de la democracia
representativa utilitarista. Se nos adoctrina que no puede criticarse la economía porque la economía es la realidad. Y criticar
la realidad sería tan absurdo como criticar el clima. También se nos adoctrina que no es válido criticar la democracia porque
la democracia es un valor moral, un valor social. Y criticar la democracia sería tanto como criticar el derecho de los hombres
de concurrir libremente a votar (mas no a participar realmente en las decisiones públicas que nos afectan).
Lo único realmente existente son los negocios,
el dinero, el empleo, la vida privada; en una palabra, que cada individuo se dedique a su tarea. La política para la libertad
es imposible. Esto es precisamente lo que los depredadores de la res publica le dicen en sordina a los grupos subordinados
de la sociedad: nosotros, los que tenemos la habilidad para gobernar, sabemos que la política para la libertad es imposible,
pero, en compensación, sí sabemos administrar el tiempo y el espacio públicos, por eso: ¡Vota así! Aquí está claro que la
meta de la democracia electoral es la despolitización, “que las cosas mantengan su normalidad”, es decir, que
se conserve la inercia del status quo. Al respecto Benjamin afirmaba a contracorriente que la verdadera catástrofe
de nuestro tiempo no es lo inminente, sino que el actual estado de cosas “siga sucediendo” (barbarie, marginación,
miseria).
Entonces, si el poder expresa la estructura
elemental de la dominación, ¿estamos condenados a desplazarnos dentro del tiempo y espacio del poder? Nuestra primera acción
consiste en decir “no” al poder, dar inicio a una actitud de resistencia a la dominación y subordinación. Lo que
hay que afirmar es que “la política para la libertad es posible”. Ciertamente, ésta es débil, pero puede fortalecerse;
es poco frecuente, pero puede dar lugar a un gran movimiento de cambio en la sociedad; el tiempo y el espacio políticos son
posibles. Nuestra tarea es inventar la política, pensar sobre las nuevas condiciones de la política, pensar la política en
sí misma, esto es, debatir, discutir y poner en práctica la política en sí misma. Este modo de pensar y actuar la política ha dado lugar, en la historia, a tiempos y espacios políticos, por ejemplo, en Polonia,
el movimiento obrero Solidaridad trastoca el orden establecido al obtener el reconocimiento de la nomenklatura
como un actor político en igualdad de condiciones.
Luego, ¿es posible interrumpir el mecanismo
del poder, al menos temporalmente? Jacques Rancière sostiene que esa interferencia se produce realmente, y que ella constituye
incluso el núcleo de la política, esto es, el acto político propiamente dicho. Esta idea está en consonancia con el concepto
de historia como interrupción en Benjamin, quien afirmaba que el núcleo de la historia de los excluidos no está en la continuidad
del curso del tiempo, sino en sus interferencias: allí donde estalla algo verdaderamente nuevo, una nueva experiencia: “La
conciencia de hacer saltar el continuum de la historia... en el momento de su acción”.
¿Qué es pues la política propiamente dicha?
Según Rancière, es un fenómeno que apareció por primera vez en la antigua Grecia, cuando los miembros del demos --los
individuos que no tenían ningún lugar determinado en el edificio social jerárquico, los marginados-- exigieron no sólo sus
demandas inmediatas, concretas, sino que se los escuchara por quienes ejercían el poder y el control social. Pretendían que
su voz se escuchara, fuera reconocida en la esfera pública, a igual título que la voz de la oligarquía y la aristocracia gobernantes.
Más aún, ellos, los marginados, se presentaron como los representantes del todo social, de la verdadera universalidad: “Nosotros,
la nada no contada en el orden, somos el pueblo, somos el todo, contra los otros que solo representan sus intereses privilegiados,
particulares”.
El conflicto político nace de la tensión entre
el cuerpo social estructurado, en el cual cada parte tiene su lugar y función, y la parte excluida que perturba ese orden
en nombre del principio de la universalidad; lo que Etienne Balibar denomina égaliberté, la igualdad de principio de
todos los hombres en cuanto seres que poseen razón y lenguaje. De este modo, la política propiamente dicha siempre involucra
una especie de cortocircuito entre el universal y lo particular: la paradoja es que aparece un singular como sustituto del
universal, un singulier universel, desestabilizando el orden funcional “natural” de las relaciones sociales
establecidas: “Nosotros somos el pueblo, el pueblo de todos”. Esta identificación de la no-parte
con el todo, de la parte de la sociedad que se resiste a ocupar el lugar de marginado y subordinado, con lo universal, es
el gesto elemental de la politización, discernible en todos los grandes acontecimientos democráticos, desde la Revolución
Francesa, pasando por los movimientos de liberación encabezados por Gandhi que dijo “no” a la dominación inglesa
en India, King actuando contra la segregación racial en Estados Unidos, Mandela fundando una nueva nación al negarse
al apartheid en Sudáfrica, hasta el derrumbe del “socialismo real” en Europa, sin olvidar la rebelión de
los indígenas zapatistas en México.
La aparición en la lucha política propiamente
dicha de un singulier universel, es decir, de un sujeto político que representa la universalidad, apunta a lograr justamente
que la propia voz sea escuchada y reconocida como la voz de un actor político, legítimo y responsable, libre y activo. Este
sujeto politico busca reivindicar su universalidad, es decir, busca alcanzar la politización de su propio destino al
interior del debate social en condiciones de igualdad y libertad.
En conclusión, la tarea de la política para
la libertad es recuperar el movimiento plural de la sociedad, originar una práctica política que ponga en crisis las versiones
ritualizadas y vacías de lo político, y enriquecer el espacio y tiempo políticos desde la perspectiva (memoria y experiencia)
de los grupos sociales dominados y marginados.
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