Luis Villoro: El poder y el valor
por Alfredo Lucero-Montaño
Villoro, Luis, El poder y el valor. Fundamentos de una ética
política, México, Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 1997, 400 págs.
1. En el Prólogo de Creer, saber, conocer
[México, Siglo XXI,1982] Luis Villoro expresa abiertamente sus preocupaciones filosóficas: “estudiar las relaciones
entre el pensamiento y las formas de dominación… [esto es, aclarar] cómo opera la razón humana, al través de la historia,
para reiterar situaciones de dominio o, por el contrario, para liberarnos de nuestras sujeciones” (1982, 9). Estas son
las preocupaciones que recorren, en última instancia, la vasta y diversa obra de Villoro cuyo rasgo característico es justamente
la originalidad. Originalidad en el sentido de capacidad para enfrentarse a su propia realidad, para tomar conciencia de sus
problemas y buscar las soluciones adecuadas. Villoro nos dice:
El conocimiento no es un fin en sí mismo. Responde a la necesidad de hacer eficaz nuestra
acción en el mundo y darle un sentido. Su logro es una meta regulativa en la realización y el perfeccionamiento de todo hombre…
Para alcanzarlo tenemos que superar varios impedimentos. El primero está inscrito en las limitaciones de nuestra propia naturaleza.
Pero hay otros obstáculos que impiden el conocimiento: nuestros propios deseos e intereses... [que] responden a situaciones
históricas, son producto de relaciones sociales concretas (1982, 296-7).
Comentar el texto que hoy nos ocupa supone remontarse al texto mencionado, pues
“era parte de una reflexión continuada” que preludia este otro trabajo que intentará responder a las preguntas
con que aquél terminaba. De esta manera, Villoro fiel a su palabra nos entrega su texto El
poder y el valor (1997), otro fruto maduro cuyo propósito es formular sistemáticamente sus preocupaciones prácticas y
reflexionar sobre los preceptos de una ética política, texto inscrito “en un proyecto de reforma del pensamiento político
moderno” (1997, 8).
2. Para Villoro, el conocimiento no puede ser ya analizado en abstracto desligado
de sus circunstancias. El conocimiento en tanto producto de sujetos empíricos está, por un lado, ligado a sus intereses prácticos
y, por el otro, está condicionado por una situación social. He ahí las dos vertientes del pensamiento de Villoro: una, la
reflexión dedicada a la empresa epistemológica, y la otra, el pensamiento práctico sobre problemas en torno a la ideología,
la dominación, la servidumbre. En esta última vertiente debemos ubicar el trabajo que hoy nos ocupa.
Aquí la pregunta pertinente es cómo
leer a Villoro. Quizá la clave debemos encontrarla en la circularidad del método filosófico, donde el primer paso (de ida),
intenta dar una explicación de los conceptos fundamentales de la razón; y el segundo paso (de vuelta), intenta hacer la explicación
de la naturaleza humana por los conceptos de la razón. En Villoro este proceso lo ilustra la forma como su pensamiento se
elabora y reelabora constantemente en círculos de análisis cada vez más amplios y rigurosos, pero cuya temática se centra
siempre sobre una noción cual piedra lanzada al agua. Se trata de círculos cada vez más ricos y sistemáticos, con los cuales
se intenta “pensar la totalidad”. Para Villoro, la tarea de la filosofía es considerarse a sí misma como algo
determinado históricamente y a la vez conducir la crítica de la razón sobre nuestra pretensión de saber, es decir, cumplir
una función de ruptura de las creencias usuales y usadas, y además, comunicar la necesidad de esta exigencia. En lo que sigue
comentaré algunos aspectos de su teoría del valor y sobre su pensamiento ético, sin intentar hacer una reseña del libro.
3. Una teoría del valor, en sentido estricto, es una parte de la ética, pero
en el caso de Villoro su teoría del valor está ordenada a una ética específica. El autor declara que su interés se centra
en los valores morales, y entre ellos, “los concernientes a la vida en sociedad sometida a un sistema de poder, es decir
de la política” (1997, 71). En otras palabras, el interés de Villoro gravita en examinar las relaciones entre la moralidad
social existente y la ética.
Ahora bien, el compromiso de claridad conceptual se hace patente en Villoro
al distinguir los diversos niveles que una racionalidad valorativa orientada hacia la política supone con respecto del objeto
y sujeto del valor, así como de la situación social dada. Así, la tarea de una ética política, señala Villoro, es determinar
cuáles son los valores comunes, dignos de ser estimados por cualquiera; fundar en razones el carácter objetivo de dichos valores;
e indicar los principios regulativos de las acciones políticas para realizarlos.
Aquí nos interesa revisar dos aspectos del valor: su descubrimiento y su justificación;
en los términos de Villoro, se trata, por un lado, de la experiencia y realidad del valor, y por el otro, de la condiciones
de objetividad del valor.
3.1. La teoría del valor en Villoro dibuja tres círculos concéntricos: el primero,
aprehende por “valor” las características por las que un objeto o situación es término de una actitud favorable.
Pero la atribución de valor a un objeto o situación rebasa su simple descubrimiento subjetivo y se requiere pasar a la justificación
de las razones que aseveran que ese objeto o situación es efectivamente valioso con independencia de la actitud del sujeto.
He aquí el segundo círculo comprensivo. El último círculo examina las relaciones de los juicios de valor y la política.
Ahora bien, Villoro distingue, respecto al descubrimiento del valor, dos vías:
la primera --en clave husserliana--, cuando los valores “pueden mostrarse en objetos y situaciones experimentadas…
dados como cualidades del mundo vivido… El mundo tal como es vivido directamente, no se reduce a cosas o a hechos físicos,
ni sólo se muestra en datos sensoriales. Está constituido también por objetos y situaciones términos de… valoraciones”
(1997, 18). La postura frente al mundo revestido de valores y sentidos corresponde a otro nivel de facticidad, pues los valores
son hechos “del mundo vivido directamente por el sujeto” (1997, 19). La experiencia del valor, que presupone actitudes
subjetivas previas a la misma, funge como razón de un conocimiento personal.
La segunda vía del descubrimiento del valor es la privación del mismo. Señala
Villoro: “La disposición favorable hacia un valor tiene su reverso: la percepción en el sujeto de una carencia…
justamente de aquello que se considera valioso” (1997, 15). Toda captación de un valor implica la vivencia de una falta.
Esta falta origina una tensión que se dirige a un valor posible. “Valor es lo que nos falta en cada caso” (1997,
16), afirma Villoro. La percepción de una carencia comprende la comprobación de una privación en la existencia vivida. Es
esa conciencia la que está en la base de todo proyecto de vida buena, personal o colectivo. “La realización del valor
en un bien determinado suspendería… la sensación de carencia” (loc. cit.).
Pero la vivencia de una privación es la que conduce a proyectar en el mundo valores. “Ya no se trata de aprehender valores
en el mundo, sino de introducirlos en él mediante nuestras acciones” (1997, 52). Aquí las acciones que importan son
las animadas por una intención consciente. La intención consciente de lograr una acción o estado de cosas es un fin. Y éste
es justamente lo que explica la acción.
3.2. Pero en ambos órdenes de valor, por un lado, el de las cualidades valorativas
experimentadas en un objeto o situación, y por el otro, el de las cualidades atribuidas a los estados finales de nuestras
acciones, que se traducen en la proyección de valores posibles, el juicio de valor debe justificarse en razones. Porque nos
proponemos la realización de los valores como estados finales de nuestras acciones, por ello pretendemos que nuestros juicios
de valor se funden en un saber objetivo.
Una vía para dar razón de la objetividad de un valor sería comprobar en el objeto
o situación cualidades necesarias para la realización de ciertos estados finales que damos por valiosos. Para Villoro, así
como las noción de “realidad” y su correlato de “verdad” son necesarias para comprender la justificación
del saber, la noción de “necesidad” es indispensable para comprender la justificación objetiva del valor, y señala
tres argumentos: 1) el valor objetivo es lo que satisface una necesidad, 2) una necesidad existe cuando una carencia no es
sólo percibida, sino real; y 3) lo que satisface una necesidad es un valor objetivo en la medida en que la existencia de esa
necesidad sea comprobable por un saber fundado en buenas razones.
Los juicios de valor, según Villoro, estarían objetivamente justificados si
pudiéramos mostrar que satisfacen de hecho una necesidad existente. Donde habría que distinguir entre las percepciones de
carencia del sujeto y sus verdaderas necesidades. Con este propósito, Villoro caracteriza los juicios de necesidad en los
términos siguientes: podemos juzgar un objeto x como una necesidad para S, si tiene
las propiedades para contribuir a realizar sus fines específicos. Así la distinción entre los valores subjetivos y necesidades
objetivas depende de los fines que elijamos. Las necesidades son relativas a los fines propios de todo hombre y constituyen
la posiblidad de cualquier otra necesidad. Los valores que las satisfacen son condición de realización de cualquier otro valor.
Villoro reconoce tres necesidades básicas: los valores de subsistencia, los de pertenencia a una sociedad y los de sentido
o autodeterminación.
4. En otro orden de ideas, Villoro distingue dos tipos de lenguajes en los discursos
y textos políticos. Por una parte, el discurso justificativo que se refiere a un estado social deseable, que supone una concepción
de una sociedad posible que respondería al bien común, y cuya razón es práctica. Por la otra, el discurso explicativo que
tiene que ver con los hechos y las relaciones al interior de la estructura social. Éste se ocupa de las fuerzas sociales que
podrían favorecer u obstaculizar la realización de proyectos valiosos, no formula fines sino medios necesarios para realizarlos
y ejercita una razón teórica sobre los hechos, y al tiempo, una razón instrumental sobre la relación entre medios y fines.
La filosofía política no se entiende sin la confluencia y relación recíproca
de uno y otro discurso. Esta relación suscita una antinomia. El lenguaje explicativo intenta dar razón de las relaciones políticas
mediante hechos que comprenden las acciones intencionales de los agentes, que incluyen fines y valores. Así, la política (de
ser una ciencia) pretendería explicar la dinámica del poder a partir del conflicto de intereses particulares entre los distintos
grupos y clases sociales. Pero de los particulares no puede inferirse, sin otras premisas, el bien común. La diferencia de
intereses no puede salvarse por el sólo discurso explicativo.
Por su parte, el discurso justificativo pretende determinar lo bueno para cualquier
sujeto, más allá de los deseos individuales excluyentes de los demás. Pero del valor objetivo no se puede inferir, sin un
razonamiento suplementario, los fines y valores que, de hecho, mueven a cada grupo social.
Para explicar la política, no se puede prescindir de la pretensión de objetividad
de los proyectos colectivos; esta pretensión tiene que establecer una mediación entre los intereses particulares y los valores
objetivos. Ahora bien, para justificar la política, no se puede simplemente describir las características ideales de una sociedad
justa, porque lo que se pretende es la realización en los hechos de ese bien común y para ello se necesita conocer la realidad
social.
La explicación de las acciones y creencias políticas pone en relación dos niveles
de facticidad: por un lado, las situaciones y relaciones sociales efectivas, y por el otro, los proyectos colectivos que suponen
la aceptación de valores relativos a los intereses particulares de cada grupo social. Para vincular uno y otro orden de hechos
se requiere establecer cierta relación causal entre ellos. Aquí Villoro recuerda un esquema teórico esbozado en un trabajo
anterior que intenta precisar la relación entre las creencias de un grupo social determinadas por su posición en el conjunto
de las relaciones de producción ['El concepto de actitud y el condicionamiento social de las creencias', en El concepto
de ideología, México, FCE, 1985].
Las tesis son las siguientes: 1) la situación de cada grupo en el proceso de
producción y reproducción de la vida real condiciona su situación social; 2) la situación social de cada grupo condiciona
las carencias percibidas por sus miembros; 3) esas carencias tienden a ser satisfechas generando impulsos y actitudes positivas
hacia ciertos objetos de carácter social, actitudes que a su vez constituyen disposiciones a actuar de manera favorable o
desfavorable en relación a aquellos objetos; y 4) las actitudes en relación con los objetos sociales condicionan ciertas creencias
sobre los valores. Este esquema explica la aceptación de ciertas creencias, entre las que han de contarse las valorativas
(4), por su condicionamiento social (1), mediante dos eslabones intermedios: carencias (2) y actitudes (3). Aquí debe notarse
que el esquema propuesto no establece una determinación necesaria entre los hechos sociales y las valoraciones, sino una condición
en las circunstancias del grupo social. Esto supone la admisión de otras condiciones iniciales.
Los intereses de cada grupo social están condicionados en gran medida por sus
situaciones; los valores y fines colectivos serán pues diferentes de uno a otro grupo, pero sería excesivo establecer necesidades
uniformes para todos los grupos.
Sin embargo, las valoraciones de los distintos grupos sociales, aun si responden
a carencias y actitudes particulares, tienen la pretensión de ser objetivas. Los valores que se proyectan se presentan como
un bien común. Pero esta pretensión puede dar lugar a una maniobra: presentar, sin justificación suficiente, los valores que
responden al interés exclusivo de un grupo, como si fueran de interés general. Estas es la operación de las ideologías.
Pero el proceso de justificación puede seguir la línea de la racionalidad valorativa,
que con independencia de las actitudes del sujeto colectivo, fundamenta la objetividad de los valores, aduce razones para
determinar cuál es el bien común y postula la coincidencia del interés particular con el interés general.
Pero el lenguaje justificativo si bien plantea no sólo la elección de los valores
objetivos, también quiere su realización. Y ésta no es posible sin acudir a la realidad de los hechos sociales. Las acción
y el orden político no se entienden sin referirse a la distinción entre esos dos lenguajes, así la tarea de una ética política
es justamente comprender también su articulación.
5. Ahora bien, el punto de llegada de la reflexión valorativa en Villoro se
le presenta como una disyuntiva. La disyuntiva entre dos concepciones de la ética: la primera, supone una actitud crítica
y una posición autónoma del individuo frente a la moralidad existente; la segunda, postula que toda ética está condicionada
por la moralidad de la comunidad a la que pertenece el individuo y sólo puede desarrollarse en su ámbito.
La primera posición de sello kantiano se funda en una razón práctica: 1) la
ética debe fundarse en razones; 2) sólo el individuo autónomo es agente moral; y 3) los principios de la razón práctica son
universales.
Pero esta posición se enfrenta, siguiendo a Villoro, a tres dificultades señaladas
por la tradición hegeliana: 1) ¿por qué un individuo estaría motivado a sacrificar su interés particular por seguir principios
universales? 2) el agente moral de la ética kantiana es un sujeto trascendental, pero ese individuo no existe, pues el verdadero
agente moral es un sujeto empírico condicionado por su situación social; y 3) la aplicación de las normas universales en tanto
puramente formales no son suficientes para deducir en cada situación particular la conducta a seguir.
Las dos posiciones, según Villoro, exponen condiciones necesarias de una ética
política y, por ello, las pone en relación dialéctica, integrándolas en una síntesis:
Un comportamiento ético incluye la aceptación autónoma de valores objetivos y normas generales,
pero también su implementación en una moralidad social. Una ética política debe comprender dos momentos: la determinación
de valores objetivos fundados en razones y el establecimiento de las condiciones que hagan posible su realización en bienes
sociales concretos (1997, 225).
Pero además toda ética supone necesariamente una concepción de la naturaleza
humana. En la ética política de Villoro, si he entendido bien, convergen dos líneas de reflexión: la primera, sería la que
señala “actitudes positivas hacia los otros, las cuales son una condición de posibilidad de toda asociación”.
La tendencia a la asociación, y por ende, a la cooperación, se convierte en una condición necesaria en la vida social, pues
ninguna asociación sería posible sin inclinaciones de sus miembros a identificar su propio bien con el bien común. Esta tendencia
sería expresión de su naturaleza “desprendida” como ser libre y racional. La otra línea nos sugiere una concepción
de la naturaleza humana abierta un cierto grado de mutabilidad, condicionada por relaciones sociales específicas. En este
sentido, Villoro señala que cada individuo está inscrito en un plexo de relaciones sociales diverso y cada conjunto de relaciones
puede verse como una totalidad limitada que trata de satisfacer necesidades específicas en tanto valor común para todos sus
miembros. Así los valores se realizan en la red de relaciones que componen una asociación y corresponden a una estructura
relacional socialmente condicionada.
En suma, para Villoro la razón valorativa
pone en cuestión las creencias convencionales adquiridas para acceder a otras basadas en la propia razón. Su operación crítica
cumple una función de ruptura de las creencias adquiridas no justificadas. Pero la ética política no puede mantenerse en la
abstracción respecto de la sociedad real, tiene, por una parte, que motivarse en intereses que se expresan en el ámbito de
la moralidad existente, condicionada socialmente, y por la otra, tiene que responder a las situaciones particulares de los
grupos sociales. En otras palabras, el cambio social requiere, según Villoro, la proyección de una ética crítica capaz de
oponer a la sociedad existente un orden social justo; por consiguiente, la ética forma parte de un pensamiento disruptivo.
Para terminar, el carácter riguroso y sistemático de El poder y el valor, su acuciosa reflexión valorativa y su pathos liberador
justifican por completo su lectura y discusión.