Alfredo Lucero-Montaño

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Nuestra frontera, ¿en búsqueda de su identidad?

 

por Alfredo Lucero-Montaño

 

 

La pregunta por el problema de la identidad plantea algo extremadamente grave para el hombre que la formula, porque la pregunta hace referencia a la misma posibilidad de existencia y realización del hombre, de todo hombre. Es la pregunta por la posesión de razón y lenguaje, lo cual equivale a preguntarse por la capacidad del hombre de esta región para expresarse. Expresar lo propio, y lo propio a su vez como expresión de su identidad aún desconocida. Expresión que ya da testimonio de la presencia misma de nuestro hombre.

 

El hombre de esta región habla y razona, o más bien balbucea, pero siente este hablar y razonar como algo que le fuera extraño, ajeno. Algo que no le fuera propio y, por lo mismo, no lo expresase auténticamente. Intuye que tiene que romper con dicho lenguaje, lenguaje artificioso, híbrido, que tiene que ser sustituido, o bien construido. Sustitución que conduce al mismo tiempo a un sentimiento de extrañamiento y vértigo existencial. Conciencia de extrañamiento que mueve a este hombre singular a preguntarse, nada más y nada menos, sobre su propia identidad.

 

La pregunta misma sobre su modo de ser ya revela rasgos de la existencia de este hombre, un hombre que forma parte de un pequeño género humano en este rincón del mundo al cual se le ha regateado, negado, su humanidad. Será justamente este regateo el origen del interrogante que sobre su propia identidad se hará el hombre de esta región. Una identidad regateada por quienes van imponiendo sus puntos de vista e intereses (los pueblos occidentales, en particular, el norteamericano). Este preguntar sobre su ser y hacer tiene sentido porque surge en relación con otro de quien este hombre se siente marginado, se sabe dependiente, subordinado. La legitimación viene pues de alguien externo a nuestro hombre, viene de otro; reconocimiento para quien se siente a sí mismo marginado. La toma de conciencia de esta marginación es lo que ha originado la preocupación por afirmar una identidad que habrá de encontrarse en las configuraciones de una historia que expresa ya un modo de ser, que no tiene por qué ser justificado por nada externo a él; un modo de ser y hacer como expresión concreta de un hombre singular y universal.

 

De la toma de conciencia para sí como sujeto surge la presencia de un a priori de carácter antropológico; un a priori antropológico que surge de su propia realidad humana, de su historicidad. He ahí justamente el comienzo concreto, histórico, de este hombre. El punto de partida será pues el hombre mismo, que deberá afirmar su propia realidad y rescatar su cotidianidad, su historicidad, en función de los fines y valores que exige este tipo de a priori, fines y valores que adquieren una dimensión de proyecto. Proyecto que se construye como ser en la esfera existencial y como deber ser en la esfera moral. En otras palabras, será mediante la afirmación de la propia realidad lo que permitirá al hombre de esta región expresarse con un acento que ha de serle propio y, al tiempo, buscar el sentido de esta singular realidad que va concretándose dentro de la universalidad de lo humano.

 

Encarar el tema de la identidad regional implica referirse necesariamente a una honda preocupación que ha estado manifiesta en algunos escritores de nuestra región fronteriza (Luis Humberto Crosthwaite, Sergio Gómez Montero, Leobardo Saravia, Gabriel Trujillo, Heriberto Yépez, entre otros). Pero para desentrañar el sentido de esta preocupación, como búsqueda de identidad, es preciso cuestionar una mistificación que ilustra este afán que se pierde, estérilmente, en la estereotipia, la repetición. Mistificación que modela, o más bien deforma, la visión del mundo, esto, es, el horizonte de comprensión y realización de nuestro hombre fronterizo. Mistificación aceptada, consciente o inconscientemente, por nuestro hombre, que remite inevitablemente a su historia, a su pasado. Dar cuenta del sentido de su pasado, negarlo dialécticamente, es superar los obstáculos que impiden su comprensión crítica, en el sentido benjaminiano –“lleva[r] al pasado a colocar al presente en una situación crítica”--, de nuestra realidad.

 

El problema de identidad del hombre de nuestra región, el problema que verdaderamente ha de resolver, está enraizado en el modo de percibir su realidad. Percepción de su realidad que le impide ser plenamente. Se lo impiden los juicios de valor que sobre su propia realidad hace este hombre. Un tipo de hombre que se siente obligado a ser, o más bien parecer, el Sosias que se ha imaginado ser, y antitéticamente incapaz de serlo. He ahí el problema de una identidad imaginaria. Esta falsa percepción de sí mismo le ha impedido ser auténticamente; de allí la negación de una identidad real, auténticamente simbólica, tratando de hacer suya una identidad que le es extraña, ajena.

 

Así planteado el problema de identidad, éste queda sin respuesta, sin solución. Entre una identidad negada, borrada, y otra deseada, imaginada, estas reflexiones nos llevan a dudar de la existencia de una conciencia de identidad en nuestro hombre fronterizo. Pero sí la posee, lo que sucede es que su identidad está fuera de él, es decir, es una identidad excéntrica. Y en este proceso de apropiarse de una identidad extraña, ha terminado por aceptar formas de convivencia alienadas, por ejemplo, el conformismo, el pragmatismo para el lucro, el consumismo, la competencia para la ganancia, y la subordinación a intereses y designios ajenos.

 

¿Cuáles son pues los rasgos o actitudes de nuestro ser fronterizo que determinan nuestro concepto de identidad? Por supuesto, no es fácil precisarlos, describirlos, pero aquí nos atrevemos a sugerir que el rasgo nuclear de nuestra identidad, y que determina, por tanto, nuestro carácter específico, es la noción de bovarismo, idea que resume las claves de la mistificación de nuestra realidad. ¿Qué es el bovarismo? Es la actitud característica del hombre que sacrifica la realidad a los espejismos e ilusiones y, al hacerlo, queda en un vacío de realidad. Vacío de realidad que adopta inercialmente formas de vida que no están enraizadas en su experiencia, en su memoria. Un vano esfuerzo por deshacerse de lo propio y rehacerse según una experiencia extraña, ajena. ¿No es esta la historia del hombre de nuestra frontera?

 

El hombre fronterizo se concibe diferente de como realmente es. Ciego a su realidad, es un hombre absurdo que a través de su historia se ha empeñado en afirmar lo que no es, lo que se imagina que es. La historia de este hombre fronterizo es la historia del hombre que se ha empeñado en ser de otra manera de lo que es: Ser como otros para ser sí mismo. En su empeño por ser algo distinto de sí mismo, ha terminado por no ser nada en concreto; se ha mantenido en una especie de limbo ontológico, pasando de un espejismo a otro, en función de una vana realidad de leyenda; empeñado así en producir una irrealidad. El hombre fronterizo ha trastocado la utopía, que en esta región palpita desde su nombre, por una distopía, el espejismo de una tierra de promisión ilusoria, fallida. Ni idealista práctico, atento a la realidad donde los ideales han de realizarse, ni práctico idealista empeñado en luchar contra la realidad para imponer sus ideales. Ni lo uno ni lo otro. Vestido siempre con ropajes extraños, sólo es eco y sombra de sí mismo.

 

Pero, ¿por qué nuestro hombre fronterizo vive en el vacío?, ¿por qué practica ese bovarismo negativo? Su realidad, su historia, parecería que lo hubiese forzado a tomar posturas de prestado, obligándolo a tomar actitudes ajenas; porque el bovarismo no resuelve problemas, sino simplemente los enmascara, los encubre, los deja sin solución; y la dura realidad, pese a ello, sigue su marcha, y produce y acumula problemas y contradicciones una y otra vez marginados, pospuestos. El discurso y la actitud bovaristas marchan por un lado y la realidad por otro. Así, la realidad a la que tiene que enfrentarse el hombre de esta región fronteriza se convierte en una realidad cascada, vacía; orden caótico, deleznable, por una realidad vanamente contenida.

 

Sin embargo, nuevos pensadores, nuevas voces, replantean el problema de nuestra identidad, pero ya desde otras perspectivas, las cuales se apartan de la mistificación adoptada estática y pasivamente. Se trata de las diversas facetas de un proyecto como expresión del esfuerzo por asimilar una realidad que no puede ser eludida; asimilación mediante un movimiento dialéctico en el que se enfrentan los juicios del otro sobre el ser y los que nosotros mismos inferimos al confrontarlos con nuestra realidad, nuestra experiencia. Esta toma de conciencia de la realidad implicaría la posibilidad de no seguir repitiendo, cual Sísifo del bovarismo, la misma actitud negativa.

 

Hemos sido incapaces de asimilar nuestra realidad y hacerla propia; realidad que está siempre allí como obstáculo. Adolescentes de esa dimensión histórica que enfrenta al hombre con su realidad como algo que le es propio --en la medida en que expresa lo que ha sido y, por ello mismo, la garantía de que no tiene que volver a ser, sin desvirtuar su seguir siendo--, nos empeñamos inútilmente en repetir la experiencia de nuestros pretéritos. Sin embargo, los hombres de esta región –quiérase o no— han hecho historia, historia singular. Singularidad que reside justamente en esa necesidad  por dar expresión a lo que dentro de sí está encontrado, en tensión.

 

Ahora bien, la memoria de nuestro hombre fronterizo hace patente una visión de la historia como yuxtaposición de acontecimientos; visión que se produce cuando el sujeto carece de un proyecto histórico propio, o bien cuando el proceso histórico encierra un conjunto de condicionamientos externos. Tal parece que ambos aspectos inciden en nuestra realidad. Nuestra historia pues esta construida de yuxtaposiciones. Yuxtaposición de realidades, el sujeto abstrayéndose de una realidad que no quiere aceptar como propia, y el objeto –la propia realidad— como si fuera algo ajeno al sujeto mismo. Así, el hombre de esta frontera al renunciar a su propia realidad y, al tiempo, adoptar una realidad extraña, y por extraña, fuera de su posible realización, el resultado ha sido la yuxtaposición de realidades sin asimilar; yuxtaposición que se traduce en una acumulación de contradicciones históricas sin resolver. Superar esta concepción ahistórica supone esclarecer el ser histórico de nuestro hombre, esto es, afirmar una conciencia que se traduzca en la construcción antropológica de nuestro ser. La tarea será transitar de una imagen del mundo provinciana, estrecha, a otra donde surge un sujeto histórico que, al irse constituyendo en su ser para sí, opera como creador y portador de una concepción de la realidad humana más universal.

 

Existe una íntima relación entre la fisonomía de un pueblo y el proyecto histórico que se quiere o se necesita realizar, esto es, que el concepto de identidad está vinculado estrechamente al proceso de historización de un sujeto que se afirma a sí mismo mediante la realización de un proyecto original. Proyecto original entendido como la capacidad para enfrentarse a su propia realidad, para tomar conciencia de sus problemas y buscar las soluciones adecuadas. Cuando el proyecto es extraño a la realidad, porque no ha tenido su origen en la misma, aquél modela la realidad en función de las fuerzas e intereses ajenos de  los que es vehículo, instrumento, despojando así al hombre concreto, de carne y hueso, de su verdadero rostro. Así, la búsqueda de identidad sería la respuesta dialéctica del hombre al proceso de extrañamiento y marginación a que lo somete una sociedad y/o una cultura orientada hacia la construcción de un proyecto que no está enraizado en su verdadera tradición.

 

Aquí la búsqueda de identidad no es un impulso emotivo, sino una necesidad del sujeto históricamente condicionado. Ante la irreductibilidad de la realidad, el proyecto extraño –impuesto o adoptado voluntariamente— resulta una entidad yuxtapuesta, convirtiéndose en un instrumento de subordinación y manipulación. Por ejemplo, una consecuencia de la manipulación del concepto de identidad sería el chauvinismo o nativismo --rasgo común en nuestro hombre fronterizo--, que funciona como una barrera ideológica para impedir la asimilación dialéctica de la realidad.

 

Otra faceta del problema de la identidad de nuestro hombre fronterizo está relacionada con el proceso mediante el cual se transita de un simple ente geográfico –en nuestro caso definido por la frontera con los Estados Unidos— al de un ente histórico. Es decir, el tránsito de objeto (medio para otro) a sujeto para sí (fin en sí mismo). Este tránsito no sería otra cosa que el comienzo de nuestra historia como toma de conciencia de nuestro ser fronterizo. Ahora bien, esta toma de conciencia de la realidad implica --como decíamos—un proyecto; proyecto que da sentido y unidad al proceso histórico en el que estamos inscritos, superando así la yuxtaposición de los hechos históricos sin mistificarlos.

 

El proyecto histórico de nuestra frontera es un proyecto que expresa una cierta interpretación de la realidad; realidad constituida por una serie de adopciones e imposiciones de ideas y valores ajenos. Proyecto extraño a nuestra realidad pero que, de alguna forma, le ha sido impuesto o ha sido voluntariamente aceptado; proyecto que supone un cierto orden y cuya fuente ideológica es siempre el otro. El otro que, al tiempo, ha tomado la iniciativa y ha asumido la representación y el dominio dentro de la diversidad de la historia universal. Sujeto que en un complejo proceso ha ido construyendo formas de poder económico, político y militar que justifican su posición de dominio mediante un manifiesto que encubre relaciones de subordinación y explotación.

 

En otras palabras, hemos internalizado en nuestra conciencia el proyecto de realización de otro; internalización que sólo conduce a la degradación, violencia y descomposición de nuestra realidad; degradación que se hace manifiesta en la aparición de una personalidad histórica enajenada, que acepta sin más la subordinación de nuestra conciencia y la explotación de nuestra riqueza. De aquí la posibilidad y necesidad de una nueva interpretación de nuestra realidad a partir de la toma de conciencia de esta nuestra condición de subordinación y marginación. El hombre de esta frontera, al volver sobre sí mismo y tomar conciencia de lo que ha sido y lo que es, en relación con el proyecto de lo que verdaderamente quiere ser o necesita llegar a ser, nuestra historia se transformará en historia como conciencia, historia con sentido, historia como proyecto. Para terminar esta nota, quiero recordar algunas palabras de Ángel Rama: “La identidad no es meramente la copia del pasado; la identidad no es la continuación de las soluciones dadas antes de nosotros. La identidad es nuestra respuesta, nuestra invención original, nuestra creación…[nuestro proyecto]”.

 

 

 

 

 

 

 

 

Correo electrónico: aluceromontano@gmail.com